Deben vivir su ministerio con fidelidad y
ser modelos para los demás, que saquen tiempo para su formación permanente, que
cultiven una vida espiritual que estimule a los demás presbíteros, centrados en
la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración diaria de la Santa
Eucaristía: “¡Mi Misa es mi vida y mi vida es una Misa prolongada!” (Cf.
HUERTADO, Alberto, Un fuego que enciende otros fuegos, pp. 69-70).
Los presbíteros, actualmente se enfrentan a muchos desafíos
que afectan su vida y ministerio.
Uno de los primeros desafíos es la identidad teológica del
ministerio presbiteral. El Concilio Vaticano II establece el sacerdocio
ministerial al servicio del sacerdocio común de los fieles, y cada uno, aunque
de manera cualitativamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo.
(Cf. L
umen Genitum 10). Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha redimido y nos
ha participado de su vida divina. En Él, somos todos hijos del mismo Padre y
hermanos entre nosotros. El sacerdote no puede caer en la tentación de
considerarse solamente un mero delegado o sólo un representante de la
comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu Santo y por su
especial unión con Cristo cabeza. “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres
y puesto para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se refiere
al servicio de Dios” (Hebreos 5, 1).
El segundo desafío se refiere al ministerio del presbítero
inserto en la cultura actual. El presbítero está llamado a conocerla para
sembrar en ella la semilla del Evangelio, es decir, para que el mensaje de
Jesús llegue a ser una interpelación valida, comprensible, esperanzadora y
relevante para la vida del hombre y de la mujer de hoy, especialmente para los
jóvenes. Este desafío incluye la necesidad de potenciar adecuadamente la
formación inicial y permanente de los presbíteros, en sus cuatro dimensiones
humana, espiritual, intelectual y pastoral. (Cf. Pastores Dabo Vobis 72).
El tercer desafío se refiere a los aspectos vitales y afectivos,
al celibato y a una vida espiritual intensa fundada en la caridad pastoral, que
se nutre en la experiencia personal con Dios y en la comunión con los hermanos;
asimismo al cultivo de relaciones fraternas con el Obispo, con los demás
presbíteros de la diócesis y con los laicos. Para que el ministerio del
presbítero sea coherente y testimonial, este debe amar y realizar su tarea
pastoral en comunión con el obispo y con los demás presbíteros de la diócesis.
El ministerio sacerdotal que brota del Orden Sagrado tiene una “radical forma
comunitaria” y solo puede ser desarrollado como una “tarea colectiva” (Cf.
Pastores Dabo Vobis 17). El sacerdote debe ser hombre de oración, maduro en su
elección de vida por Dios, hacer uso de los medios de perseverancia, como el
Sacramento de la confesión, la devoción a la Santísima Virgen, la mortificación
y la entrega apasionada a su misión pastoral.
El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser
hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de
todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad
pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y
ministerio. Consciente de sus limitaciones, valora la pastoral orgánica y se
inserta con gusto en su presbiterio.
El Pueblo de Dios siente la necesidad de
presbíteros-discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios,
configurados con el corazón del Buen Pastor, dóciles a las mociones del
Espíritu, que se nutran de la Palabra de Dios, de la Santa Eucaristía y de la
oración; de presbíteros-misioneros; movidos por la caridad pastoral: que los
lleve a cuidar del rebano a ellos confiados y a buscar a los más alejados
predicando la Palabra de Dios, siempre en profunda comunión con su Obispo, los
presbíteros, diáconos, religiosos, religiosas y laicos; de
presbíteros-servidores de la vida: que estén atentos a las necesidades de los
más pobres, comprometidos en la defensa de los derechos de los más débiles y
promotores de la cultura de la solidaridad. También de presbíteros llenos de
misericordia, disponibles para administrar el sacramento de la reconciliación.